Del estómago al ombligo: el giro atribucional como fulcro del populismo | ctxt.es

2022-08-20 13:45:11 By : Ms. jenny li

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En 2011 tuvieron lugar las acampadas del movimiento Occupy Wall Street. Diez años después, los que asaltaban el Capitolio se situaban en las antípodas ideológicas de aquellos manifestantes, y habían prosperado a la sombra de Trump

Martín Alonso Zarza y F. Javier Merino Pacheco 15/08/2022

Manifestantes del movimiento Occupy Wall Street.

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Pero así como se tejen las invenciones de los hombres, así también se deshilachan; el modo es idéntico, pero el orden está invertido. 

Si hay un fantasma que recorre hoy Europa y Occidente, no es el comunismo sino el ‘populismo’.1 

En 2011, en respuesta a los efectos de la crisis financiera, tuvieron lugar las acampadas del movimiento Occupy Wall Street; uno de sus inspiradores, el autor de En deuda. Una historia alternativa de la economía y del eslogan “somos el 99%”, David Graeber, se había fijado para ese año el objetivo de poner en marcha una revolución mundial. Diez años después, los que asaltaban el Capitolio se situaban en las antípodas ideológicas y habían prosperado a la sombra de Trump, uno de los alquimistas de la política que operaron el cambio de agujas de las energías sociales en la segunda década del siglo. 

Las acampadas de Occupy se inspiraron en las ocurridas meses antes en Madrid, en el denominado 15M. De ese movimiento nació la “hipótesis Podemos”, que leía el 15M como la expresión de la crisis del régimen del 78 que despejaba el camino para “asaltar el cielo”. En esa clave, Podemos debía convertirse en una “máquina de guerra electoral” destinada a acabar con el bipartidismo y el régimen de la casta2. La primera meta volante sería el sorpasso del PSOE. Diez años después Pablo Iglesias ha perdido brillo con su salida del gobierno y su partido ha sido superado por Vox (15,2% de los votos frente al 13% de Podemos en las elecciones generales de 2019), una formación con muchas afinidades con los trumpistas que asaltaron el Capitolio. 

Si remontamos un siglo de historia, en 1919 se aprobó la Constitución de Weimar, un texto socialmente vanguardista para hacer frente a los desgarros de la I Guerra Mundial. Catorce años después Hitler se hacía con el poder en Alemania y comenzaba así el periodo más trágico del siglo XX en Europa. 

Hay notables diferencias entre los casos señalados, pero hay también algunas semejanzas dignas de destacar, por eso precisamente se habla de un “momento Weimar”, como una suerte de esquema típico. Entre ellas aquí se quiere subrayar lo que cabe denominar como una conversión ortogonal que desplaza el foco de la agenda política desde la dimensión vertical de los problemas sociales (recursos materiales: posesiones, jerarquía, arriba-abajo, paradigma de la distribución) a la horizontal de los problemas etnoidentitarios (recursos simbólicos: pertenencias, identidad, dentro-fuera, paradigma del reconocimiento). Las enmiendas económicas de entonces a los dogmas de la escolástica neoliberal se han metamorfoseado en enmiendas políticas a la democracia, en ocasiones por sus déficits, en otras por motivos autoritarios, en un espectro de sensibilidades entre la derecha extrema y reaccionaria a los iliberales o el neoprogresismo de la izquierda halal, que incluye en su seno a nacionalistas disfrazados de aliados estratégicos. En este artículo nos proponemos dar cuenta hipotéticamente de los elementos esenciales de este cambio de agujas dimensional a partir de tres elementos: la tensión entre narrar, ver y hacer, en primer lugar; el giro atribucional, en segundo lugar; y, para iluminar el atractivo del giro atribucional, los conceptos de salario psicológico y sadismo permisible, por último. El primer apartado se preocupa de una cuestión epistemológica que tiene que ver con el giro narrativo; el segundo mostrará el populismo desde el lado de la oferta y el tercero desde el de la demanda. 

Lo que pasa no es lo mismo que lo que se ve 

En muy conocida la última de las Tesis sobre Feuerbach , de Marx: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”. Saltamos de las musas al teatro y del pasado al presente. Un responsable sindical dejaba sentir su desaliento por el hecho de que medidas tan beneficiosas para los trabajadores españoles como la subida del SMI (BOE 22/02/2022) y la reforma de la reforma laboral (diciembre 2021) no se han traducido en un reconocimiento a los agentes sindicales que las habían hecho posibles ni en un aumento de la afiliación. De otro modo, las transformaciones operadas en las condiciones concretas de la vida de los trabajadores no se reflejan en un apoyo a las formaciones de izquierda; más aún, el gobierno que las ha promovido experimenta una caída constante en los sondeos. Aquí parece hacer agua la recomendación de Marx (sin excluir el peso de otras variables en las preferencias).

En las elecciones madrileñas del año pasado la propaganda de Vox se centró en culpar a los “menas” de robar las pensiones de las abuelas españolas

En las elecciones madrileñas del año pasado la propaganda de Vox se centró en culpar a los “menas” de robar las pensiones de las abuelas españolas (emulando freudianamente el España nos roba de los soberanistas catalanes enemigos suyos). Pero Vox nunca ha dado números sobre cuántos bribones o yates se pueden comprar con una de las pateras que transportan a los “menas” ni cuantas pensiones se pagarían por los dineros defraudados y malgastados del anterior jefe del Estado y su camarilla. Como al círculo de oligarcas y sátrapas que le rodea, a Vox no le interesa este asunto, si bien no pierde oportunidad de referirse a los españoles de abajo; una categoría a la que no pertenecen desde luego figuras señeras del partido, como Macarena Olona, accionista de Iberdrola cuyo presidente, uno de los directivos mejor pagados y con extrañas relaciones con el mileu del comisario Villarejo, se desahogó llamando “tontos” a los titulares de una tarifa regulada. Al contrario, Vox defendió la “absoluta naturalidad” del regreso de Juan Carlos I porque “no tiene nada que ocultar”. Sin embargo, no parece que estas posiciones tengan coste electoral, al menos en lo que expresan los sondeos, en la medida en que los votantes de esa formación solo contemplan la corrupción en función de quién incurre en ella.

Las anécdotas precedentes, por llamarlo así, no son específicas. La vida política de nuestro entorno conoce un crecimiento paralelo de la desigualdad y del apoyo a las formaciones populistas, que mayoritariamente sintonizan con la vulgata neoliberal causante de la desigualdad. Un desarrollo que pone en cuestión no solo la XI tesis mencionada sino algunos supuestos generales del determinismo economicista. El propio Marx señaló la contribución de otras variables mediadoras al dar un papel protagonista a la conciencia de clase —la autopercepción social— y colocarse en la estela del giro narrativo al describir en El Manifiesto Comunista el desarrollo de la burguesía con fórmulas como “las aguas heladas del cálculo egoísta” (en las que ahogó “el sagrado éxtasis del fervor religioso”) o “todo lo que es sólido se disuelve en el aire”. 

En mayo de 2018 China festejó por lo alto el 200 aniversario del nacimiento de Marx. Sin embargo, en ese país la desigualdad rampante ha concentrado el 36% de la riqueza nacional en manos del 1% de la población. Y sin embargo, otra vez, el remedio que propone el líder supremo Xi Jinping se sitúa en la órbita narrativa de la conversión ortogonal al aconsejar a los docentes que “planten en el corazón de los jóvenes el amor del partido, del país y del socialismo” (Alice Ekman, Rouge vif. L’idéal communiste chinois, 2021 y Marianne, 01/07/2021). Las transformaciones que ha experimentado el imperio del centro son impresionantes (para volver a la tesis XI) pero la lente de sus líderes no se ha movido un paso de los patrones autoritarios binarios que, como en el caso del desaparecido comunismo soviético, descansan en premisas nacionalistas; que mueven por igual a Xiping, Putin y la derecha radical occidental de Trump a Orbán pasando por Bolsonaro, Salvini, Abascal, Le Pen, Zemmour o Geert Wilders, por citar unos cuantos. 

Puede observarse un notable contraste entre la vuelta de estos políticos que regurgitan recetas reaccionarias y la aceleración de la historia, un proceso al que se suma la superposición de temporalidades con ritmos diferentes (Daniel Halévy, Essai sur l’accélération de l’histoire, 1948; Christophe Bouton, L’Accélération de l’histoire, 2022) y la intensificación de la estimulación publicitaria (entre 1000 y 2000 mensajes diarios). Esta sobrecarga de estímulos para la mente explica ciertas características de la visión social, porque ciertas cosas se ven y otras no. Los marcos narrativos resultan determinantes porque delimitan el foco de la atención. Así el marco narrativo impedía a un consejero regional madrileño ver a las numerosas personas en condiciones de precariedad que revelaba el informe de Intermón Oxfam este 2022. Los marcos narrativos no crean la realidad pero deciden qué parte de la realidad llega a la retina de la ciudadanía y, sobre todo, cuál no llega. Sin sucumbir a la subjetividad del constructivismo puro, hay que convenir en que, igual que no hay historia sin historiadores, no hay realidad social fuera de los marcos discursivos en que se desenvuelven los actores sociales y sus prácticas narrativas. En este sentido tenía razón Berkeley: “Ser es ser percibido”. 

Otro ilustre pensador británico, G. Orwell presenta el reverso de la moneda cuando observa que “ver lo que está delante de nuestras narices exige un esfuerzo constante” (Tribune, 22/03/1946); afina en la apreciación el filósofo austriaco Ludwig Wittgenstein: “Los aspectos de las cosas más importantes para nosotros están ocultos por su simplicidad y cotidianeidad. (Se puede no reparar en algo — porque siempre se tiene ante los ojos) (Investigaciones Filosóficas, § 129). Siguiendo en el ámbito anglosajón la guinda de esta línea corresponde a Donald Rumsfeld, el mago de la visibilidad/invisibilidad para justificar la invasión de Irak a partir de la posverdad de las armas de destrucción masiva cuando establecía tres categorías epistemológicas: lo conocido conocido, lo conocido desconocido y lo desconocido desconocido.

Posverdad (invención, conspiracionismo: la posición de Trump respecto al asalto al Capitolio que revelan las investigaciones -el falso robo electoral-), semiverdad e inverdad, entendiendo por lo último la invisibilización de realidades con enorme impacto sobre la vida colectiva, como hace el capitalismo neoliberal con la desigualdad utilizando distractores como la austeridad, la flexibilidad, la empleabilidad o el emprendedurismo. Por citar un dato que combina dos indicadores significativos, desigualdad y cambio climático, el decil más rico de la población del planeta produjo el 48% de las emisiones en 2019, por un 12% del 50% más pobre (https://socialeurope.eu/reversing-inequality-from-capital-to-citizens). Lo llamativo del populismo es que combina la posverdad de la creación de patrañas y enemigos imaginarios con la inverdad del extractivismo del evangelio neoliberal defendiendo la bajada de impuestos. Los amenazadores “menas” de Vox se inscriben en el marco mental de la gran sustitución (Renaud Camus) que sirve de franquicia ideológica al populismo planetario. Cómo se consigue instalar una realidad falsa mientras desatiende las coordenadas sociales vigentes es lo que tratan de explicar los dos apartados siguientes. 

La conversión ortogonal: El populismo del lado de la oferta

En pocas palabras, el artefacto de los viejos-nuevos magos políticos consiste en la capitalización del descontento proponiendo recetas que, a la postre, agudizan sus causas. Su arte reside en transducir los malestares sociales (conflictos verticales) en resentimiento (polarización, conflictos horizontales); en convertir las señales sociales en señales simbólicas. En términos psicológicos cabe denominar a este mecanismo un giro atribucional. No es un fenómeno nuevo y se manifiesta en el apoyo transversal en términos de clase (Vox es hoy el partido más transversal del espectro español) basado en el denominador común emocional del resentimiento y el agravio, que ensambla a pobres de solemnidad con trajes de etiqueta en coche descapotables, a población rural precarizada y señoritos de escopeta y galgo, a quienes en términos de recursos están por debajo del umbral y los que están por encima del dintel. El olvido de las condiciones materiales de la ciudadanía y su subordinación a los prejuicios ideológicos convertidos en banderines de enganche se manifiesta en la ausencia de alternativas a los problemas reales, sobre todo de los sectores más desfavorecidos. En las últimas elecciones andaluzas, VOX no presentaba programa electoral; se limitaba al enunciado de 10 medidas que incidían en sus conocidas proclamas xenófobas, reactivas y vinculadas a valores tradicionales conservadores.

Seguramente la razón principal del éxito del nazismo y de los populismos actuales, y de la destrucción consiguiente de la democracia de Weimar, reside en una maniobra de alquimia psicológica consistente en desviar, transmutar, convertir, traducir o, literalmente, divertir los motivos reales de malestar a un código diferente del que los causó, lo que cabe caracterizar como una transferencia ortogonal, es decir, el atribuir a motivos identitarios diferencialistas (destino robado, humillación, deuda histórica) las causas desigualitaristas del malestar económico (inflación, paro, alquileres, desigualdad, precariedad). En este proceso suman sus fuerzas las clases pudientes y los demagogos. Las primeras, porque, como escribió Otto Bauer (Fascismo y capitalismo. Teorías sobre los orígenes sociales y la función del fascismo, 1967), “puesta a elegir entre sus beneficios o las tradiciones […] la clase capitalista prefiere siempre los beneficios. Puesta a elegir entre la pérdida de sus beneficios o la barbarie, escoge la barbarie”. Los estudios de Fabrice d’Almeida, Götz Aly o Adam Tooze describen este paisaje en detalle. Pero esta oligarquía necesita unos auxiliares. Son los agitadores populistas, los que ejercen de guardagujas para operar el cambiazo señalado, que identificó con precisión Eric Hoffer. Observó este escritor autodidacta, estibador, amigo y admirador de Arendt, que el secreto para “detener un movimiento de masas reside a menudo en sustituirlo por otro. Una revolución social puede ser abortada poniendo en marcha un movimiento nacionalista o religioso” (Eric Hoffer, The True believer, Alejandría, 1980). Sin duda esta es la forma de externalización más exitosa porque al desviar el foco del eje de la desigualdad al hemisferio de las diferencias, de lo social a lo etnoidentitario, los motivos profundos del malestar son invisibilizados y los ciudadanos normales se comprometen en programas a la postre destructivos y perjudiciales, cuando no criminales. Es el significado literal de ‘diversión’ o explotación del resentimiento, porque como escribió Bauer, “para tener contentos a los pequeños burgueses, les deja desahogar su rabia contra los judíos”. Acercando el foco, observa Mario Cadeias desde la Fundación Rosa Luxemburgo (Understanding the rise of the radical right, 2018) que Alternativa por Alemania (AfD) “instrumentalizando e intensificando la lucha antimigratoria, antimusulmana, antifeminista, el discurso homofóbico y antiliberal dirigido estratégicamente contra todas las minorías permitió al partido convertir la discordia popular en conformidad popular”. Asegura Cadeias que este componente emocional hace que se perdone a ese partido su apoyo a las reformas liberales más radicales, que precisamente estuvieron en el origen de la formación ultra, por no hablar del negacionismo climático. Algo parecido ocurrió en el Reino Unido, donde una tercera parte de los votantes del Brexit creen que la inmigración musulmana es parte de una conjura secreta para islamizar el país (The Independent, 23/11/2018). En EEUU el relente antiinmigración y antisistema de Trump ha enmascarado sus incumplimientos con el fisco y sus prácticas cleptocráticas. En estos y otros muchos casos –piénsese en los avatares de Netanyahu–, la focalización emocional identitaria ha desdibujado las diferentes expresiones del expolio de las clases trabajadoras, desde la corrupción a las reformas fiscales y laborales, y despolitizado el problema principal para la cultura democrática, el de la desigualdad (existe una relación muy estrecha entre desigualdad y corrupción). 

Desde la perspectiva de los Annales, Marc Ferro (Le ressentiment dans l’histoire, 2007) considera el resentimiento como el verdadero motor de la historia. Este mecanismo ha encontrado allanado el camino por lo que Nancy Fraser llamó el giro desde la distribución al reconocimiento3. El populismo va un paso más y convierte el reconocimiento en desrreconocimiento, en agravio o capital simbólico negativo. Son conocidos los comentarios de Orwell sobre las camisas negras coincidiendo con Koestler en el significado de la Guerra Civil; el mismo Koestler (Un testament espagnol, 1939) da cuenta de este giro atribucional en las palabras del “caballero de la camisa negra” que le trasladó en avión desde Málaga a La Línea, como parte del canje que le salvó la vida: “Nosotros tenemos otro sistema. No preguntamos a cada cual si es rico o pobre, sino si es bueno o malo. Los pobres buenos y los ricos buenos forman un partido. Los pobres malos y los ricos malos el otro. Esa es la verdad sobre España, señor. […] En el fondo de su corazón, todos los españoles están de nuestro lado”. Ya se sabe, los que no, eran la antiEspaña. 

Asegura Umberto Eco que el ur-fascismo surge de la frustración individual o social. Es la tesis de Hoffer. Esta frustración, con el sentimiento de inseguridad existencial consiguiente (populismo de demanda), es utilizada como energía para movilizar emociones por los líderes (populismo de oferta). Seguramente la aportación más valiosa de la Escuela de Fráncfort reside en haber desvelado este poderoso mecanismo que trasmuta el malestar y el desamparo en oportunidad para los programas nacionalpopulistas. Como observa Samir Gandhesa (Spectres of fascism. Historical,theoretical and international perspectives, 2020): 

El espectro del fascismo es producido de manera activa por la traducción por el populismo autoritario de las inseguridades económicas 

El espectro del fascismo responde no simplemente a la inseguridad económica ni a las ansiedades culturales o la pérdida de privilegio. Es producido de manera activa por la traducción por el populismo autoritario de las inseguridades económicas en el contexto de una perspectiva de colapso ecológico. Como observa Neumann, “la intensificación de la ansiedad hasta alcanzar el grado de persecución tiene éxito cuando un grupo (clase, religión, raza) está amenazado por la pérdida de estatus, sin comprender el proceso que lleva a su degradación”.

Precisamente la traducción es la operación de los alquimistas. La ilimitada autoridad de Hitler podía entenderse como la respuesta a la débil autoridad de Weimar (McElligott, Rethinking the Weimar Republic. Authority and authoritarianism, 2013). El pensamiento mágico venía a suplir con el “narcótico espiritual”, en palabras de Max Weber, el vacío del “desencantamiento del mundo”. La transferencia ortogonal puede describirse como el tránsito de un déficit de Estado (incapacidad para atender las necesidades de la ciudadanía) a un exceso de Estado (totalitarismo), que ofrece falsa seguridad y recompensas simbólicas a cambio de la libertad y de lo que hoy llamamos derechos humanos. En la estela de Eric Fromm, Hoffer recoge el testimonio de un joven entusiasta nazi, que muestra el autoritarismo por el lado de la demanda: “Nosotros los alemanes somos muy felices. Estamos liberados de la libertad”. Johann Chapoutot, autor de La loi du sang, penser et agir en nazi, recuerda por su parte que el general Otto Ohlendorg, responsable de la muerte de decenas de miles de judíos, aseguró que el nazismo respondió a la crisis moral que él experimentaba en los años 20.

Este trasvase, hay que recordarlo, es de suma cero: los dividendos que reciben los elegidos necesitan paganos. El expolio es una forma gráfica de describirlo y se ejerció tanto sobre los judíos como sobre los países invadidos. El supremacismo justificó lo segundo, el antisemitismo lo primero. 

La cuestión del antisemitismo es central porque ilustra el elemento más profundo de la perversión nazi: el desprecio de la vida humana, de judíos, gitanos, comunistas, homosexuales. La asimilación de la retórica del resentimiento por la sociedad alemana es la responsable, según Philippe Burrin (Ressentiment et apocalypse. Essai sur l’antisémitisme nazi, 2004 ), del “bloqueo de cualquier oposición seria a una persecución radical”. Y aquí es donde también podemos sacar algún partido de la analogía, porque, añade Burrin, “como la xenofobia y el racismo, el antisemitismo es un arma en la batalla identitaria”. Cuando se generaliza la insensibilidad social ante la muerte de los otros podemos hablar de una fascistización de la sociedad. No es algo inédito, las redes difunden llamamientos a atacar a los inmigrantes en Canarias, acusándolos de ser criminales. Es un ejemplo de lo que Burrin llama el “desaprendizaje de la civilización”. 

En este sentido la Guerra Civil española fue un acontecimiento precursor y por eso resulta una anomalía histórica que haya sido desplazada del bloque temático de los totalitarismos europeos que desembocaron en la Segunda Guerra Mundial. Fue precursor en la aplicación de la conversión ortogonal que transformó una guerra de clases en una cruzada o guerra de civilizaciones (cardenal Gomá), anticipando varias décadas las tesis de Lewis-Huntington. Lo expresa magistralmente Piet Akkerman en una carta en la que justifica ante su madre su participación junto a su hermano en las Brigadas Internacionales: “¿No se han organizado el 99% de los pogromos del mundo para distraer la atención de la miseria de la gente provocando el odio hacia los judíos, mientras los realmente responsables, los autores de la miseria, se regodean en secreto porque en vez de atacar su poder la gente masacra a los judíos?”. Los hermanos murieron en el frente. Según Giles Tremlett, que recoge el testimonio (The International Brigades: Fascism, Freedom and the Spanish Civil War, 2021) en torno a un 20% de los voluntarios eran judíos, una forma de responder al antisemitismo rampante. 

El signo principal del resurgimiento del fascismo, escribe Peter E. Gordon, autor del prefacio a la última edición de La personalidad autoritaria, no son las coreografías espectaculares, sino4:

[…] el tratamiento de los que son más vulnerables. Esa es la razón por la que el espectáculo del trato a los migrantes […] debería alarmarnos y por lo que no debemos encontrar consuelo pensando que las cosas no son como entonces. La expresión “Nunca más” puede ser utilizada en sentido restrictivo […] pero contiene un aviso más general en el tiempo y en el espacio aplicable a otras personas [que los judíos]. Si prohibimos la comparación, desactivamos este sentido más expansivo. El imperativo moral de que tal atrocidad no debe cometerse jamás contra nadie implica la posibilidad de una repetición, con su séquito de terribles consecuencias.

Para volver al hilo de este apartado, se encuentra una ilustración de alta definición sociológica de esta conversión ortogonal en lo que Arlie Russell Hochschild (Strangers in their own land. Anger and mourning on the American right, 2016) denomina la Gran Paradoja, una expresión que sintoniza cabalmente con lo observado en Weimar y que puede resumirse en la idea de que la población más perjudicada por las políticas conservadoras era la más proclive a votar por ellas. En sus palabras: “En Estados Unidos, son los Estados más pobres, los que tienen más familias desestructuradas, los peores sistemas sanitarios y de educación, y reciben más dinero del Gobierno federal del que pagan en impuestos, los que, a su vez, se oponen con más virulencia al Estado y quieren reducir su poder. Esa es la paradoja. Si tienes un problema, ¿por qué no quieres que te ayuden?”.La paradoja va más allá, no solo no quieres que te ayuden sino que votas programas que van en la dirección contraria de las necesidades que te apremian, negando por ejemplo la responsabilidad de las industrias contaminantes, como explica Josiah Rector (Toxic Debt: An Environmental Justice History of Detroit, 2022). 

Puesto que tal conducta resulta tan aparentemente irracional conviene indagar en las razones de su fuerza persuasiva, de la facilidad para la capitalización aviesa del descontento en la combinación de izar banderas y bajar impuestos.

Salario psicológico y sadismo permisible: el populismo del lado de la demanda

El demagogo convierte el malestar en resentimiento, es decir, en odio. Esa conversión opera un desplazamiento en la atribución de la responsabilidad, de modo que quien se convierte en blanco de odio no es habitualmente el responsable de los malestares del odiador. Cabe ilustrar este proceso con dos citas, una literaria y otra política. La primera, de Jorge Luis Borges (Historia universal de la infamia, 1979.) dice: “En las chacras abandonadas, en los suburbios, en los cañaverales apretados y en los lodazales abyectos, vivían los poor whites, la canalla blanca. […] De los negros solían mendigar pedazos de comida robada y mantenían en su postración un orgullo: el de la sangre sin un tizne, sin mezcla”. La segunda, del expresidente de los EE UU Lyndon B. Johnson es más explícita y remite a la formulación original de salario psicológico de E. Du Bois: “Si puedes convencer al hombre blanco de más baja posición de que es mejor que el mejor hombre de color, no se dará cuenta de que le estás robando la cartera. Demonios, ofrécele a alguien a quien menospreciar y te la entregará él mismo”.

La pregunta crucial es: ¿Qué tiene el odio para convertirse en una pasión tan poderosa? ¿Se debe solo a la capacidad de engaño de los promotores u ofrece algún tipo de contrapartida? Esta pregunta es crucial para la psicología política porque responde en gran medida a un interrogante central: ¿Por qué siguen los gregarios: los de Hitler, los de Trump, los de AfD, los de Salvini, los de Vox, los de UDC en Suiza o, también, esa parte de los independentistas catalanes que se reconocen en la frase de Torra que describía a los castellanohablantes como “bestias con forma humana”? Una hipótesis es que el odio se presenta como un salario psicológico, como un incentivo simbólico sobre registros que escapan a los criterios convencionales de la racionalidad; y que es además una emoción de bajo coste porque resulta gratis en virtud de procesos sociales de descalificación de las vidas de ciertas categorías de personas. Mostramos algunos trazos de cómo puede expresarse ese salario psicológico, un concepto acuñado por W. E. B. Du Bois (Black reconstruction in America 1860-1880, 1935) y caracterizado por Max Weber como “honor étnico”5. 

a) Dividendos de la pertenencia. El odio social es tribal o tribalizador: ensambla al sujeto en un colectivo comparativamente privilegiado que distribuye autoestima corporativa: etnocentrismo, chovinismo, aislacionismo, MAGA, America First, darwinismo social, “vivir a la madrileña”, elección étnica, “honor étnico”. Un ejemplo de Hitler: “Ser zapatero en el Reich es más honroso que ser rey en otro lugar”. La identidad es autovalidante; como los privilegios, incorpora la cláusula de excelencia acreedora. Juha Siltala (“In Search of the Missing Links Between Economic Insecurity and Political Protest: Why Does Neoliberalism Evoke Identity Politics Instead of Class Interests?”, 2020) lo ilustra así: “La política identitaria […] recompensa a los individuos implicados con la satisfacción inmediata de formar parte del grupo correcto”. Las regurgitaciones imperiales son seductoras porque atienden a esta necesidad psicológica mediante la identificación histórica, con los tercios de Flandes (Pedro Batalla, Los nuevos odres del nacionalismo español, 2021), el destino manifiesto o el “Rule, Britannia!”. Para Padraic X. Scanlan (Slave empire: how slavery built modern Britain, 2020), las colonias americanas ofrecieron a los británicos blancos empobrecidos y desalojados por las enclosures una oportunidad para elevar su status en cuanto se sentían parte de la clase racial de los amos, en un sentido muy cercano al teorizado por Du Bois. Boris Johnson había utilizado este recurso al referirse a los africanos que homenajeaban a la reina como ‘piccaninnies’ (término despectivo para los niños negros) con sonrisa de sandía.

b) El odio identifica un enemigo total y suministra la posibilidad de un sadismo permisible, libre de culpa. El antisemitismo designó a los judíos como enemigo total e ideal; concentraban toda la negatividad; Mein Kampf se quedaría en cuadro si se eliminaran las referencias a los judíos. El enemigo total convierte el sadismo en permisible, cuando no meritorio. 

c) Designación de chivos expiatorios, agresividad desplazada, reacción del ciclista, “fuerte con el débil, débil con el fuerte”. Los expresan bien S. Ardu y P. Jamin (Le langage codé des partis d’extrême droite, 2017): “Si las ‘crisis’, y las políticas de austeridad que las acompañan, favorecen siempre la aparición de los extremismos, el responsable designado no es prácticamente nunca el político que decide sobre estas medidas sino, casi siempre, los mismos chivos expiatorios: ‘el Otro’ y todos los ‘no como nosotros’. Según los temas de actualidad, las minorías estigmatizadas se turnan para endosar unas veces la responsabilidad de la crisis misma, otras, sirven como coartada para justificar la implementación de medidas antisociales y liberticidas”. 

d) Comfort cognitivo. A quien ofrece un mundo legible no le falta clientela. Como escribe Juha Siltala, “los populistas de derechas han sido capaces de compensar la inseguridad económica con la seguridad epistémica”. Dostoievski (Los hermanos Karamazov) afirma “Solo llega a dominar la libertad de los hombres aquel que tranquiliza sus conciencias”. Kolakowski (El hombre sin alternativa, 1970) describe así este aspecto del antisemitismo: “El antisemitismo es, en su simplicidad, un invento excelente e indispensable: un programa de una tosquedad inmensa que puede ser asumido sin un minuto de reflexión y que, a la vez, puede ser empleado en todas las situaciones sociales, pues resuelve todos los problemas” (enemigo total). Las redes sociales permiten amplificar estos efectos de modo que cabe hablar de un tecnopopulismo. 

Hay entonces dos elementos en la fórmula magistral del populismo, uno alimenta el narcisismo del sujeto, el otro le suministra un punching ball para descargar sus malestares. El primero lo representa emblemáticamente la franquicia retórica de la grandeza de la tribu correspondiente que tiene su expresión en fórmulas como el MAGA, Les français d’abord, Prima l’Italia, tomar el control de UK (es decir, cerrar el país a la inmigración), Eretz Israel, las tierras de Rus, o Santiago y cierra España, por citar algunas. El segundo es el chivo expiatorio de servicio, en los casos señalados básicamente la inmigración. Las personas que atienden a esta población en los países del Norte tienen constancia de las diferentes formas de desprecio que sufren cuando hacen sus trámites administrativos (sin presuponer que se trate de una conducta generalizada). 

Los medios reflejaron en septiembre de 2015 la zancadilla de la periodista húngara Petra László a refugiados sirios que querían entrar en Hungría. Llamativamente la misma periodista recibió un premio por un documental sobre la revolución húngara de 1956 que provocó 200.000 refugiados. El portavoz del populista e iliberal gobierno húngaro se apresuró en tuitear que no tenían nada que ver aquellos refugiados con estos. El portavoz y la periodista aprovechaban la corriente del mantra del Gran Reemplazo, que al responsabilizar a la emigración de la amenaza existencial libera de culpa cuanto se haga contra ellos. No es solo el Gobierno húngaro el que traza semejantes distinciones. No hay constancia de que los 110.000 alemanes residentes en España, por ejemplo, supongan ningún problema para Santiago Abascal, quien, en la reciente campaña de las elecciones autonómicas andaluzas, sostenía que los problemas de la sanidad en esa región derivaban de la inmigración ilegal. En la misma dirección un alto responsable de Vox aseveró, matando dos pájaros de un tiro, que “existe una voluntad real en Bruselas de poner en marcha un reemplazo poblacional en Europa”. 

Hay más ejemplos de sadismo permisible: esos jóvenes que se divierten insultando a los sin techo, o aquellos hombres de negro que, desde la superstición neoliberal de que “el mercado nunca se equivoca” pedían dureza contra los pigs en los años de la deuda, o esos empleados bancarios que desprecian al compañero que “pierde su tiempo” explicando a una persona mayor cómo funciona el cajero, o esos asalariados mileuristas que de vuelta a su sofá se muestran como negreros cuando piden que un repartidor le suba una pizza, preferiblemente por la escalera y de paso le baje la basura. Cuando el ascensor social está averiado funciona el consuelo simbólico de privar de derecho a ascensor físico a quien está un peldaño por debajo. Este mismo espejismo de señor por un minuto es el que alienta a esos viajes low cost cuyos costes se externalizan sobre las condiciones de los trabajadores que los hacen posibles (kellys) y sobre los presupuestos generales que o bien subvencionan a esas empresas o bien tienen que hacerse cargo de sus emisiones. 

No solo en la derecha

Resulta paradójico que cierta izquierda convalide el esquema de la conversión ortogonal y se considere de izquierda precisamente por su componente identitario, como ocurre en algunas comunidades ricas de España con un discurso equivalente a la derecha convencional en Flandes o Italia; o, en otro registro, con la asunción de la gramática identitaria. Valga la anécdota de esa diputada de Junts que mostraba su indignación porque las cuidadoras de residencias de ancianos en Cataluña maltratan a los mayores de primera al no hablarles en la lengua de prestigio. No hay que olvidar que desde sus maniobras en Banca Catalana Pujol fue un visionario de la conversión ortogonal, al traducir el extractivismo de clase en el resentimiento nacional popularizado en el “España nos roba”. 

Como observan Andrés de Francisco y Francisco Herreros, autores de Podemos. Izquierda y “nueva política”: “la izquierda debería combatir el nacionalismo, no alimentarlo. Debería buscar la fraternidad entre ciudadanos, no dividirlos. La nueva polaridad que busca Pablo Iglesias entre la plurinacionalidad y la derecha no tiene más sentido que el de darle oxígeno a VOX para que siga creciendo”. No ocurre solo en España. Pierre Vesperini observa en este espacio una veta puritana que une izquierda y derecha en la cultura de la cancelación (Pierre Vesperini, Que faire du passé? Réflexions sur la cancel culture, 2022). Años atrás un editorial de The Guardian denunciaba esta confluencia identitaria. El ecofascismo es otro flanco en el que confluye una preocupación genuina con la instrumentalización populista, aprovechando la crisis climática para argumentar que en el planeta del bienestar no cabemos todos, que hay que defender el (nuestro) territorio de especies invasoras. 

El secreto de la seducción populista no es reciente. La primera versión del MAGA está en el Génesis cuando la serpiente susurra a Eva que si, con Adán, comen del fruto prohibido: “De ninguna manera moriréis. Dios sabe muy bien que el día que comáis de él, se os abrirán los ojos y seréis como dioses”. Ser como dioses es la aspiración máxima, como el nacionalismo es la religión moderna, la invitación tiene este señuelo: votadme y seréis parte de la tribu elegida, de la Gran X, pongamos Rusia por la actualidad. La promesa demoníaca nos devuelve al primer apartado de este periplo, el que se refiere al ver y al conocer, la verdad y la mentira. Puede servir como moraleja de esta fábula el cuadro la Expulsión de Adán y Eva del paraíso terrenal de Masaccio; allí aparecen ambos compungidos y, muy expresivamente, Eva con la mirada perdida y Adán cubriéndose los ojos con las manos. Hay una fábula que define de manera más explícita la magia de los demagogos: la del cuervo y el queso, donde se ilustra que, según la cita de Lyndon B. Johnson, no hay mejor forma de desplumar a alguien que masajear su ombligo. 

El remedio populista es peor que la enfermedad. Enumera Hobbes (Leviatán, XIII) tres causas de las riñas en los humanos: competición, inseguridad y gloria. La sociedad neoliberal, porque de eso hablamos y no solo de una esfera económica neoliberal, ha potenciado la primera y multiplicado la segunda. Como escribe Mario Candais (Undertanding the rise of the radical right, 2018), “la inseguridad omnipresente es la base de las estrategias subjetivas para afrontar la situación, que, ante la ausencia de experiencias de solidaridad, reciben una oferta ideológica de la derecha para recuperar el control”. El nacionalpopulismo compensa esas heridas sociales con bálsamos narcisistas, que reproducen los motivos de la riña en otro plano y erosionan aún más el tejido social. 

Para entender los parámetros de estos partidos y sus apoyos no basta con las herramientas del materialismo, hay que incorporar variables blandas vinculadas a la pertenencia, entre ellas acaso la principal sea lo que Eva von Redecker (Ownership’s shadows, 2020) llama la “posesión fantasma”, la creencia de que la membresía de un colectivo (blanco, varón...) comporta el privilegio de disponer de o dominar a otros colectivos, a menudo completada con un victimismo deudor del tópico del destino robado. Esta dimensión de posesión, análoga en su función psicológica a la de la propiedad, compensa las pérdidas materiales y proporciona confort social en el nivel simbólico; y en ese sentido seduce a parte de la clase trabajadora que se siente titular y partícipe del colectivo patrimonial. Lo particular de esta afección es que, en aras de la autodeterminación/soberanía, refuerza la tendencia individualista consustancial al neoliberalismo y desconecta al sujeto de las referencias colectivas susceptibles de responder de forma realista a sus necesidades. De modo que la posesión fantasma se convierte en un instrumento adicional y muy poderoso de (auto)sometimiento; por consentido, por introyectado en nombre de una cierta superioridad, de una meritocracia tan fantasmagórica como el salario psicológico. 

1.Este artículo está inspirado en el ensayo de los autores Alquimistas del malestar. Del momento Weimar al trumpismo global, pendiente de publicación. Los autores son sociólogo e historiador, respectivamente. 

2. Timothy G. Ash,  Jesus Rex Poloniae, Le Débat 203, enero-febrero 2019.

3. Javier Franzé, El 26J como fin de ciclo: en torno a la crisis orgánica y la relación entre populismo e instituciones, La Circular nº5, septiembre 2016, p. 58.

4.Nancy Fraser, “From redistribution to recognition? Dilemmas of justice in a ‘postsocialist’ age”, New Left Review, 212, 1995, pp. 68-93.

5. Peter E. Gordon, “Why historical analogy matters”, The New York Review of Books, 07/01/2020.

6. Parte es estas ideas fueron expuestas en Martín Alonso, “Los discursos de odio: morfología y función”, Revista Internacional de Estudios sobre Terrorismo, nº 4, 2021, pp. 59-60.

Pero así como se tejen las invenciones de los hombres, así también se deshilachan; el modo es idéntico, pero el orden está invertido. 

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